ORIGEN Y SIGNIFICADO
Hablar por boca de ganso
Hace tiempo, en el siglo XVI, se daba el nombre de gansos a las personas que desempeñaban la función de ayo o preceptor. Al decir de unos, lo de gansos se debía a la pluma con la que ellos escribían y enseñaban a escribir, que era una pluma de ganso. Según otros, tal calificativo provenía de la costumbre que tenían de llevar a los niños delante cuando los sacaban a la calle camino de la escuela o del pupilaje, al igual que hace los gansos con sus polluelos. Como quiera que a los niños no les estaba permitido hablar por sí mismos y expresar ideas propias o contrarias a las del ayo, se limitaban a repetir las enseñanzas y opiniones de su ganso. El buen alumno era el que repetía dócilmente lo que su ganso afirmaba, por lo que se decía que “hablaba por boca de ganso”
Con el tiempo, el sentido de la frase cambió ligeramente. “Hablar por boca de ganso” equivale a repetir algo de lo que no se tiene constancia. Quien así habla, suele hacerlo con pedantería, respaldándose en lo que le dice o conoce alguna otra persona; y lo hace sin verificar lo que ha oído, ni pensar sobre ello, incluso sin llegarlo ha entender, simplemente, habla por boca de ganso.
Hay otra explicación, que hace referencia al comportamiento gregario de los gansos: en cuanto grazna uno, graznan todos.
Los gansos y los grupos
En las comunidades, en las sociedades, en los grupos, cuando nos limitamos a escuchar a un único “ganso”, al gran “ganso individual”, al dirigente, al líder de aquella colectividad, entonces estamos imposibilitando nuestro desarrollo, nuestra capacidad para ser nosotros “gansos en el grupo”. Entonces, el grupo y sus miembros se empobrecen, pues en él solo se oirá una voz y una multitud de ecos de aquella voz única, la voz del que allí gobierna.
Por boca de ganso y repetir como un loro
Aunque a nadie le gusta que le digan que habla por boca de ganso, hay personas que hablan por boca de un líder, de una radio, de un periodista. Se les nota enseguida, ya que cuando uno las escucha siente que no hablan ellas sino que son eco de algo que oyeron o leyeron y que transmiten de modo automático, sin haberlo contrastado, sin discernimiento; repiten como los verdaderos gansos, los de plumas.
Con frecuencia, a aquel al que le hacemos eco le interesa que así lo hagamos; su interés está en hacernos creer eso que él dice, lo cual le reporta ventajas o beneficios de algún tipo: proselitismo político, adoctrinamiento religioso, intereses económicos, prestigio personal.
La comodidad o la seguridad que se deriva de confiar en este o en aquel diario, en este o aquel líder o comunicador, lleva a muchos a confiarse a ellos, lo que debilita cualquier intento de duda o desconfianza. Cada uno debe auto medirse y constatar cuanto de lo que él dice es producto de su reflexión y cuanto es eco, no más, de lo que otros expusieron; ¿en qué proporción no hacemos cual hacen los loros, que repiten exactamente lo que oyen, pero que nada entienden de lo que repiten?. El ganso, el de plumas, no sabe por qué grazna, pero grazna.