Quizá debamos cambiar en esto:
“Hay que aprender de nuestros errores”, se me dice. Y, entonces, me pregunto que qué es lo que se yo puedo aprender de mis errores. No creo que de ninguno de ellos pueda aprender a hacer las cosas con acierto, que lo que, a lo más, puedo aprender es a no volverlos a cometer. Y esto no es poco, pero tampoco en que sea mucho. Si, por concretar algo, estoy cometiendo la torpeza de caminar a pleno sol y descubro que eso es un error y dejo de hacerlo, no por eso habré aprendido a caminar con tino, que con ello solo me libré de pasar calor, pero muy bien puede ocurrir que, caminando ya por la sombra, lo haga con abultado desacierto.
Y digo yo que, en lugar de fijarnos con tanto interés en los errores que cometemos, más nos valdría que pusiéramos nuestro interés en descubrir nuestros aciertos, para retomar, en el futuro, la senda que ellos nos marcan. Que caminar por este camino, tras de consolidar nuestros éxitos y acrecentarlos, es fácil, grato y reconfortante, lo que juega muy a nuestro favor.
Muy al contrario acontece cuando se quiere transitar por el camino que nos aleja de los errores, que estos viajes son difíciles de seguir y de muy lento avanzar.
Según es bien conocido, estaremos mucho más predispuestos a aprender cuando nos motiva un éxito, pensando en emularle, que cuando nos movemos pensando en nuestros fracasos, intentando evitarlos.